Quien se adentre en las páginas de Bajar el volumen notará que tiene entre sus manos un libro proteico que permite leerse como diario, como poema e, incluso, como un ensayo. Su lector se encontrará con una serie de fragmentos fechados con dÃa y mes que permiten contemplar lo que significa pensar a través del tiempo: la germinación de una idea, su presencia insistente, sus variaciones y cambios, asà como las bifurcaciones que nacen de ella.
Más que un diario tradicional —en donde figuran hechos, nombres y circunstancias narradas—, nos encontramos ante un diario del pensamiento donde prima el silencio, la contención y los huecos estimulantes. No hay desarrollo ni ripio, sino una búsqueda por la anotación mÃnima. Conocemos las simpatÃas que un lector encuentra en las palabras de Roland Barthes, Fabio Morábito o Enrique Lihn; comprendemos que escribir puede significar el interés por rumiar obsesivamente una pregunta que atañe a la escritura misma; y en este ejercicio autorreflexivo —que bien podrÃa recordarnos a El libro vacÃo de Josefina Vicens— trazar nuestros propios puentes, dotar a los fragmentos de sentido.
¿Cuántos años puede un mismo pensamiento taladrar en nuestra mente? Al menos un lustro imaginamos en estas páginas que se dedican a captar no sólo su contenido, fugaz y difuso, sino su transcurrir. Bajar el volumen, podrÃa decirse entonces, es un libro que permite alumbrar lo oculto: la vida, casi material y orgánica, de una idea.
—Laura SofÃa Rivero